jueves, 6 de mayo de 2010

La sonrisa de Africa.

 Esta vez decidimos bajar un poco, nuestros anteriores viajes habían sido siempre dirección Norte, este que organice, lié y deslié yo mismo, iba a ser un poquito mas acorde con nuestro espíritu curioso. Íbamos a girar hacia el Sur, con todo lo que ello implica. El sur siempre es sinónimo de calor; de polvo; de imprevisión y de caminos extraviados.
Así pues pusimos rumbo al continente negro, mi primer contacto con la verdadera naturaleza del subdesarrollo. Mi primera visión del horror n su estado natural; mi primera visita al tercer mundo.
Para ser sincero yo buscaba más las playas y el relax que la vivencia en que se convirtió nuestra escapada.
 (En la foto que acompaña este parrafo veis al que suscribe perdido enmedio de la selva en un coche, que a mitad de camino decidio que solo le funcionaba la tercera marcha. Hecho este que solo pudimos salvar por la pericia del que condujo ese dia, uno de nuestros amigos avulenses).

Eso resulto ser imposible, una persona, que de verdad es una persona no puede relajarse mientras a su alrededor, un alrededor empíricamente cercano la gente literalmente pelea a diario para seguir viva al día siguiente.

Así pues una vez mas el viaje hizo al viajero, y este que escribe abrió los brazos y los sentidos a África.

Saboree como es la miseria de verdad en la humilde comida a la que nos convido Soliman en su casa, con su familia; vi sonreír a esa niña que vendía fruta en Barra y en esa sonrisa estaba toda la picardía y la inocencia del mundo; Sentí el asfixiante calor humano del mercado de Banjul con sus picaros y buscavidas que nunca se atreverían a tocarte; respire el aire de tragedia que despide la historia de África en la isla de James. Conocí a la familia de Kunta Kinteh en Jafureh; bautizamos a orillas del río Gambia a nuestro souvenir mas preciado como Mambureh en homenaje a esa buena persona que es el taxista del hotel Corintia. Ese taxista que trabaja todos los días del año para no tener más que un destartaladísimo peugeot de los años sesenta.

Un buen hombre como nuestro Soliman , dos musulmanes rectos y de fiar, hombres que en su infinita pobreza son capaces de enseñar a vivir a cualquiera. Hombres con los que comí (excelente la salsa Yassa por cierto), reí y compartí apenas una semana. Unos días sin duda grabados a fuego, fuego africano en mi cerebro y en mi corazón.
Disfrute de una forma vergonzosa de los placeres de la vida rodeado de los muros de la vergüenza de nuestro hotel de cinco estrellas. Esto me creo un conflicto que aun trato de solucionar.

Hay viajes y viajes, pero este es de los que marca un antes y un después. Desde el momento en que te vacunas contra la malaria; desde que sabes que ellos mueren a diario por ello. Desde que ves, hueles , sientes la injusticia de verdad nada puede ser lo mismo en tu cabeza ni en tu espíritu. Sientes que tu que tienes mil veces mas de lo que necesitas te llevas mas de lo que dejas.Ver  anofeles y chupopteros
Por eso se que algún día volveré y devolvere al  menos la gran sonrisa que África me regalo sin pedir nada a cambio.

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